Cosas de Aquende
El blog de un Ágrafo juguetón
02 julio, 2005
 

Tour-ismo





Se lo advierto, desde hoy hasta el día veinticuatro me convierto en Tour-ista.



¿Qué quiere decir esto?. Pues que, hasta donde me sea posible, todas mis actividades, tanto profesionales como no profesionales, se amoldarán al seguimiento de la carrera ciclista. ¡Qué le vamos a hacer! Forofo que es uno.



Como no podía ser menos, la afición viene de lejos. Recuerdo que, cuando la Vuelta Ciclista a España aún se disputaba en primavera, habitualmente pasaba por mi pueblo y el día de la carrera, si era lectivo, nos permitían salir de clase para apostarnos a la orilla de la carretera a esperar el paso de los ciclistas. Pero la Vuelta era algo más que el paso de los ciclistas. Como en aquel momento los medios de comunicación no estaban tan desarrollados como ahora, la publicidad se hacía a través de una caravana de vehículos que precedía a los ciclistas. Dicha caravana podía estar pasando durante hora y media o dos horas. Los coches, camiones o autobuses iban engalanados cual carrozas. Allí iba aquel que publicitaba una aspiradora, gran novedad, con su bruja montada. Por allá el madreñogiro de Pinín anunciando chocolates 'La Cibeles'. Acullá, el muñeco de Michelín a tamaño gigante. Y así sucesivamente...



Todos estos vehículos, al pasar, iban dejando 'algo'; unos, los más, lanzaban panfletos de propaganda de sus respectivas casas comerciales. En algunos de esos panfletos se adjuntaban los nombres y la lista de los dorsales de los ciclistas que estaban por llegar. Pero los mejores, obviamente, eran los que, además, tiraban caramelos, chocolatinas o chicles. En este caso los revuelos y peleas para recogerlos se los pueden imaginar.



Pasado un tiempo llegaba la calma chicha. Entre la caravana publicitaria y los cilistas solía haber una cierta distancia. Los coches dejaban de pasar y todo se detenía a la espera de los ciclistas. De repente, una voz gritaba: 'Los motoristas, los motoristas', refiriéndose a la Guardia Civil de Tráfico. Y, en efecto, pasaban uno o dos motoristas pero... falsa alarma: no venían los ciclistas. Tras varios episodios similares, tras un motorista, aparecía algún ciclista. Lo cierto es que por allí casi siempre pasaban en pelotón, fruto de que la etapa tradicional en la zona era Gijón-Santander y a esas alturas no solía haber ataques.



Llegaban los ciclistas, se producía un revuelo: - Mira, mira, el del maillot verde es Jan Jansen. - Sí, y el del maillot amarillo es Rudi Altig. - Aquel del Kas es Gabica. - Qué pena, no pude ver a Stablinski. Y el pelotón pasaba, y no daba tiempo a mucho más. Tres horas esperando y pasaba en quince segundos. Después venía algún rezagado, que siempre había, y, por último, el coche escoba. Y se acabó hasta el año que viene. Lo mejor era que nos habíamos librado de la escuela.



En un post anterior les comenté que la llegada de la primavera marcaba la época de ir a ñeros. Pues la combinación primavera-vuelta ciclista marcaba otro ciclo: el tiempu les chapes.



Les chapes es el nombre que dábamos a los tapones metálicos de las botellas de refrescos. Con un trozo de cal dibujábamos en la acera una carretera. Luego, simulábamos que cada chapa era un ciclista y la haciamos avanzar golpeandola con el dedo anular, tras haber formado un círculo con los dedos pulgar y anular actuando a modo de ballesta. Cada uno tenímos una chapa-ciclista e íbamos jugando por turno. Si la chapa se salía de los límites de la carretera se perdía la tirada.



Pero, ojo, la cosa tenía su aquel. Una chapa por si sola es excesivamente liviana y difícil de dirigir. Por ello, había que lastrarlas. La forma más común era hacerlo con cera. Para ello derretíamos parte de una vela dentro de la chapa y esperábamos a que se solidificase. Pero ésta era la forma menos sofisticada. Lo normal era que, dado que cada chapa representaba a un ciclista, éste estuviese 'presente'. ¿Cómo?. Pues buscando un cromo, que generalmente aparecía en las chocolatinas, y recortando la cara del ciclista formando un círculo del diámetro del interior de la chapa. Sobre él se colocaba un círculo de cristal del mismo diámetro que habíamos hecho desgastandolo contra una piedra, y, por último, se sellaba con cera el círculo exterior. Así, la chapa quedaba lastrada y, a la vez, bajo el cristal, se veía la imagen del ciclista correspondiente. Había competiciones conjuntas, por eliminatorias. No recuerdo que emulásemos la modalidad contra reloj. Llegada la época, los del barrio, íbamos al Bar Loreto, - si, el de la pega destrozaperiódicos -, a buscar chapas. Las más buscadas eran las de vermouth, Martini o Cinzano, porque tenían un diámetro algo menor que el resto y se manejaban mejor. Luego estaban las de Fanta, Mirinda, Kas, Coca-cola, Pepsi, Boy, etc. Parece que hoy en día la tecnología ha cambiado y, entre otras cosas, la cera es sustituida por plastilina.



Pasado el tiempo jugábamos con ciclistas de plástico que avanzaban al ritmo de los dados por una carretera 'cuadriculada', pero no era lo mismo.



Pero les chapes no solo servían para practicar ciclismo. En otros casos, lo que se dibujaba era un campo de fútbol. Con un corcho, generalmente de una botella de sidra, faltaba más, se hacía una pequeña bola que hacía las veces de pelota y las chapas eran los futbolistas. Claro que había que cambiar las caras, no fuese a ser que Anquetil apareciese jugando en el Barça. Por turno, se golpeaba la chapa lanzándola contra el corcho-pelota intentando introducirlo en la portería. También en el turno se podían recolocar los futbolistas-chapa del equipo propio. Habitualmente, el juego era por eliminatorias, pasando los ganadores a la siguiente ronda.








Lo dicho. Advertidos quedan, desde hoy soy un tour-ista.






Que si Que no Que llueva a chaparrón |