Cosas de Aquende
El blog de un Ágrafo juguetón
09 junio, 2005
 

Paxarinos





En un post anterior les hablaba del gomeru, y de su utilización como instrumento de caza de todo cuanto volase y de lo que no volase. De ahí, quizás, pudieron deducir que nuestra relación con los pájaros era de puros depredadores. Nada más lejos de la realidad. Antes bien, la relación con ellos era muy estrecha; fíjense cuánto, que si nos cruzábamos con el paxarín parleru nos interesabamos por su dieta y ,a veces, hasta les pediámos que fuesen nuestros mensajeros, y que le dijeran a ella....



Por ello, cuando el cuquiellu, animal de hembra muy cuca, anunciaba la primavera, y alguna que otra cosa más, sabíamos que aquello era un toque a rebato: ¡Llegó la hora de ir a ñeros!. Se trataba de explorar a fondo cuanto árbol o sebe hubiese en varios quilómetros a la redonda, para localizar dónde habían construido los páxarinos sus ñeros. Cuando alguien localizaba uno, de la misma forma que los marineros ocultan el emplazamiento de los bancos de peces, la información era ocultada celosamente no fuese que se adelentase otro. ¿Adelantarse a qué?



Pues no crean que buscábamos los ñeros por el placer de saber donde estaban, no. Algún cafre lo hacía con el fin de robar los huevos, pero no era eso lo habitual. Lo que se hacía era, una vez localizado el nido, ir prácticamente todos los días a ver la evolución en el mismo. Se intentaba controlar si habían nacido los polluelos y, en su caso, el crecimiento. Era el momento de conseguir pájaros cantores para tenerlos en casa: xilgueros, gorriones, ruiseñores, etc. Y algunos otros, no precisamente cantores, pero que también teníamos en las casas.



En el barrio de Loreto había un bar que se llamaba, cómo no, Bar Loreto. En la parte trasera había una bolera para jugar a los bolos asturianos. En un árbol cercano había hecho su ñeru una pega. La pega es un animal sociable y, como encontraba comida y hasta cariño, se convirtió en uno más de los miembros de la familia que regentaba el bar. Se llamaba Marica. Pasados unos años, cuando murió, descubrimos que toda cuanta cosa brillante quedaba a su alcance la trasladaba al ñeru. Así aparecieron monedas, medallas, anillos y hasta cucharillas de café. Más adelante tuvieron un cuervu que, entre graznido y graznido, gritaba ¡Paro!, ¡Paro! llamando a Amparo, la vecina del piso que estaba encima del bar.



Esta familia se desplazó a otro lugar y traspasó el bar. Años más tarde otros dueños también tuvieron una pega. Todos los días, sobre las doce de la mañana, Esteban, un jubilado, iba al bar a tomar un vino y a leer la prensa. La pega andaba casi siempre por el bar y, con el transcurrir del tiempo, cogió confianza con los parroquianos. Cuando llegaba Esteban se sentaba en una mesa y Ubaldo le llevaba el vaso de vino. Un día la pega se subió a la mesa y comenzó a beber del vaso. La cosa hizo gracia y, desde ese día, la pega tenía su vaso de vino. Debo decir que no tengo ni idea de cómo será la resaca de una pega, pero es seguro que ésta alguna tuvo. Lo curioso es que cuando se emborrachaba tenía una monomanía: buscaba el primer periódico que estuviese a mano y comenzaba a picarlo con una rapidez endiablada, rompiendo las páginas y no se detenía hasta dejarla en pequeños trocitos. Vamos, confeti de La Nueva España. Todo un espectáculo, se lo aseguro.



Yo tenía un compañero de clase, y sin embargo amigo, al que, por cierto, hace años que no veo, al cual el profesor le llamaba el raitán de Gobiendes debido a su comportamiento ágil e inquieto. Sí, Gobiendes es ese pueblecito que está camino de El Fitu y que tiene una ermita en la cual queda una ventana de estilo prerrománico asturiano. Pues ahí vivía mi amigo; sus padres regentaban el único comercio del pueblo que, como siempre en estos casos, era ultramarinos, bar, estanco, y lo que hiciese falta. La casa en la que vivían tenía el típico corredor de las casas de aldea asturianas donde se ponían les panoyes de maiz a secar. Pues en ese corredor residía Perico. Perico era un cuervu, si señores otro cuervo. Se hizo amigo de Mendi, el perro de la familia. Ni que decir tiene que la madre de mi amigo era vasca. Pues, con Mendi, Perico aprendió a ladrar y nos ladraba desde las alturas. Pero lo que más me llamaba la atención era cuando se iba a la bolsa de los cacahuetes, cogía unos pocos, y se iba al huerto cercano. Allí abria la cáscara con el pico y luego, el muy sibarita, pisaba el fruto con su pata, haciendo que saliese despedido y separándose de la telilla que lo rodeaba. Entonces se lo comía.



Y, hablando de gomeros, yo el otro día dije que 'íbamos de caza' y es totalmente cierto. Pero tengo que confesar que mi puntería era tan endiabladamente mala, que nunca maté nada. Es decir, yo no cazaba, iba de caza, al igual que ciertos políticos que conozco, que no tienen un título universitario pero que, según su curricula, 'cursaron estudios' universitarios. El que sí cazaba era Alejandro. Alejandro vivía en Barreu, el pueblo de mi abuela materna, en donde yo solía pasar unos días cuando se acababa la escuela. Una primavera Alejandro fue a ñeros. Había que verlo esguilar a los árboles; bajos, altos, frondosos o pelados, no importaba. Gracias a eso localizó un ñeru de milanu y cuando los pollos estuvieron un poco creciditos se apropió de uno y se lo llevó a casa. En ese momento apareció una nueva necesidad: alimentar al milanu. Y todos los días, Alejandro, armado con su gomeru, salía a la caza de gorriones para alimentarlo. Y lo hizo bien, donde ponía el ojo ponía la piedra, y el milanu creció sin problemas y hasta tuvo que cortarle las plumas de las alas, para que no pudiese volar y se escapase. Era precioso ver sus patas, como si estuviese vestido con bombachos, y sus fuertes garras, pero lo más impresionante era verlo comer: Pisaba el gorrión con su pata y con el pico retorcido desgarraba la carne y la engullía. Pasado un tiempo Alejandro liberó al milanu y suponemos que se habrá adaptado a la libertad.



Unos años más tarde, llegada la pubertad, era habitual que los fines de semana cruzásemos la cordillera del Sueve, hacia el sur, por el, ya citado, altu de El Fitu, ese, que ,convertido en puerto puntuable de primera categoría en la Vuelta Ciclista a España, fué el último puerto que subió Miguel Induráin en su carrera deportiva, con el sano propósito de irnos de juerga. Digo que lo cruzábamos, generalmente, a bordo del Seat 600 de algún amigo de la generación anterior que ya trabajaba y podía permitirse el lujo de tener coche. Lo de 600 nunca supe muy bien si hacía alusión al caballaje del motor o la cantidad de viajeros que nos metíamos dentro. Las idas eran estupendas pero las vueltas, de madrugada, con niebla, y, cual la decameroniana Alibec 'más calientes de vino que de honestidad templados' eran apoteósicas. ¡Ah, si las cunetas hablaran!



En esos viajes, los más veteranos contaban las 'hazañas' de las generaciones anteriores. Ahí tuve mi primera referencia de El Jabatu. No confundir con El Jabato, aunque pudiese haber alguna relación. El Jabatu era un individuo de una población cercana, juerguista, donde los haya, y gran amigo de sus amigos. Entre las anécdotas que escuché estaba la historia del intento de grabación del cantu del urogallu por un 'equipo' capitaneado por El Jabatu.



El canto del Urogallo se produce en la época de celo como reclamo para la hembra. Parece que la mejor hora para grabarlo es al romper el alba. Pues me contaban que, llegada la época, El Jabatu y compañía, bien pertrechados de tienda de campaña, mantas, víveres, elementos de grabación, etc., se ponían en marcha hacia la zona de los Lagos de Covadonga Subían la tarde anterior y preparaban los bártulos para la grabación a la amanecida. Pero la noche se hacía larga y, previsores, para amenizarla entre los víveres subían los ingredientes para elaborar 'cubatas'. Cuenta la leyenda que, tras varias temporadas intentándolo, nunca consiguieron despertar a tiempo.


Como podrán apreciar, señores,





...nos llevábamos bien con los paxarinos.





N.B. : Si, por una de esas casualidades de la vida, algún ornitólogo, o similar, acertase, o desacertase, a pasar por este post, le agradecería me corrigiese cualquier inexactitud o imprecisión. Uno sólo sabe de lo que sabe.



Que si Que no Que llueva a chaparrón |
06 junio, 2005
 

¿Nostálgico yo?







"Se me amontonan, madre

tan lejanos los recuerdos..."





Hace unos post, les hablé de mi casa; bueno, de la casa donde me nacieron, porque lo de nacer en el hospital no estaba de moda en aquella época. Pues esa casa, además de tener un corredor-galeón pirata, tenía otra caractrística importante: Era una casa abierta.



Con esto quiero decir que era el lugar de reunión de todos los guajes del barrio. Lo cierto es que, dada la dimensión de pueblo, hablar de barrios puede parecer poco apropiado. Pero no crean, pese a ello, había un sentimiento de pertenencia a una zona bastante arraigado. Estaba Cimavilla que, como podrán imaginarse correspondía a la zona alta del pueblo ya que éste está en la ladera de una colina. Observen lo de Villa, porque aunque yo hablo de pueblo, mi pueblo tiene la categoría de Villa. Hay quien dice que allí hubo un castro. No hay, que yo sepa, evidencia de ello pero restos les aseguro que hay muchos: En lo más alto está el cementerio.



Justo debajo de la parte más alta está el barrio de El Carril y, un poco más allá, el Solrriveru. Zona importante ésta para los guajes, porque allí se celebraba la fiesta de San Hilarión. La fiesta sería una más si no hubiese un hecho singular: La chocolatada. Todos los años, un grupo de personas, entre las que destacaba 'La Chela el Guitu', organizaban, al aire libre, un gran banquete de chocolate. Y allí íbamos todos, pertrechados con nuestra taza, porque, eso sí, era obligatorio llevar tu propia taza. Y venga mojar bizcocho. Me persiste la duda, al día de hoy, de si 'comiamos' más chocolate por dentro o por fuera.







Ermita de Santa Ana y San Hilarión


En la plaza de los Mártires. Levantada en la segunda mitad del siglo XVI por la cofradía de Santa Ana. Fue reconstruida después de la guerra civil en 1936. Contaba con un hospital de peregrinos anexo. Conserva, del siglo XVI, una pequeña saetera en el muro norte.


Estos eran barrios que podríamos llamar tradicionales y con honda raigambre. Luego estaba el Tocóte. Este era un barrio más moderno. Por si no lo saben, les diré que en Asturias utilizamos el pronombre personal de forma enclítica: lo añadimos al final del verbo. Por tanto, 'Tocóte' es equivalente a 'Te tocó'. Alude al hecho de que eran viviendas construidas por el Estado y que fueron asignadas por sorteo a sus propietarios. El equivalente en el pueblo cercano se llama Corea, y fué construido en la época de la guerra de Korea. No les digo más.



Pues bien, mi barrio era el barrio de Loreto. Recibe su nombre de la capilla de la Virgen de Loreto, patrona del pueblo, que hay en la proximidad. Como sabrán esta Virgen también es patrona de la Aviación. Lo curioso es por qué. La fiesta de Loreto se celebra habitualmente en Diciembre, pero en mi pueblo somos muy especiales y la celebramos en la primera quincena de julio. Normalmente el segundo domingo.






Ermita de la Virgen de Loreto


Fundada en 1662 por el náufrago italiano José del Misso. El segundo domingo de julio, los Cofrades de Loreto celebran una procesión desde la iglesia parroquial de San Cristóbal hasta la ermita.
De tipo tradicional. Es de nave única y la precede un pórtico en el lado occidental cerrado con madera. Capillas a los lados y cabecera cuadrada. La espadaña se remata con elementos barroquizantes como las pirámides con bolas.






Algo más allá está La castañar de espinas. Un castaño en cuyo centro se dice que apareció una imagen de la Virgen, tras partirlo un rayo por la mitad. Hoy hay allí una imagen de piedra.






Pero yo estaba hablando de mi casa, una casa abierta. Esto tenía algunos inconvenientes, pues alguien debió pensar que, ya que aquello era abierto, lo que estaba adentro era de todos, y así desapareció mi incipiente colección de monedas. Gajes del oficio.
Tanta ermita me recuerda una de las actividades que revolucionaba la casa abierta, y que se producía a mediados de diciembre:



Había que poner el nacimiento.



Esta era una tarea que requería una cierta logística. Había que ir a buscar las grandes piedras que habíamos dejado en una cuneta el año anterior, y que vigílabamos el resto del año, para que la brigada de peones camineros, que cada cierto tiempo pasaba limpiando, no nos las tirase. Había que buscar el cristal que, con papel de estaño debajo, iba a configurar el lago en el que desembocaba el río. La caja de puros de madera que, con la parte de arriba perforada y sustituida por un cristal, iba a soportar la paja donde descansaba el Niño Jesús iluminado desde abajo por una bombilla que estaba en el interior de la caja. Había que recuperar todo el sistema de iluminación cuidadosamente almacenado en cajas de cartón. Había que ir a por serrín para los caminos a la carpintería El Retiro que, como su propio nombre indica, era algo más que una carpintería, pero esto puede que se lo cuente otro día.. Luego había que desembalar las figuras, las casas, el castillo de Herodes, etc.


El papel de estaño con que envolvíamos la parte superior del Portal para que reflejase la luz, o simúlabamos el agua del río y lago lo obteníamos de las tabletas de chocolate y chocolatinas. Aunque en mi casa, además, había un stock adicional. Les conté que mi padre trabajó en una entidad bancaria. Pero antes de eso trabajaba en la fábrica de sidra achampanada El Hórreo, hoy ya desaparecida. Fabricaba un tipo de sidra similar a la de 'El Gaitero, famosa en el mundo entero'. Llegó a ser una fábrica importante, exportando a todos los países de Centro y Sudámerica, y Filipinas. Tras la Guerra Civil cerró, y mi padre llevó para casa, como recuerdo, un conjunto de las pegatinas que rodean el cuello de la botella y que eran específicas de cada país al que se exportaban, también alguna de las etiquetas del cuerpo de la botella y un conjunto de bloques del papel de estaño que se pone alrededor del gollete de la botella. Esa era nuestra principal materia prima para el agua.



Quedaba todavía el verde. Esto en el Norte de España no debería ser un problema. Lo habitual era recoger musgo y con él simular los prados. Nosotros recogíamos algo de musgo, pero el grueso del material lo constituían los chapinos o tapinos. En su "Vocabulario dialectológico del Concejo de Colunga" D. Braulio Vigón define "Chapín: Tapín. Césped en la acepción de pedazo de tierra separado del suelo". Pues justamente eso era lo que utilizábamos, trozos de hierba arrancados a base de golpear por debajo la hierba con la puntera de nuestras chirucas. Vamos, como las cuadrículas de césped que se ven colocar en los campos de fútbol hoy en día.



Con todo ese material, armábamos el Belén, en todos los sentidos de la expresión. Una vez armado, todos los días al levantarnos movíamos las piezas, cada cual a su tarea y por último hacíamos que el día veinticinco todas convergieran en el Portal. Todo muy clásico. Lo que quizá era algo distinto a muchos de otros Belenes que conocí es que, dado que los chapinos los recogíamos con bastante tierra, la hierba seguía creciendo y todas las mañanas había que armarse de tijeras y cortar la hierba. En realidad, esto no era un gran problema, antes bien, resolvía la alimentación de la Mula y el Buey.





¿Nostálgico yo?. ¿Qué les permite pensar eso?







N.B. : Retiro lo dicho en el post anterior.
Tras localizar la corsaria Ana mi fecha de nacimiento en Internet, busqué más minuciosamente y he aquí la foto de mi escuela:

Por tanto, es posible que todo esté en Internet.





Que si Que no Que llueva a chaparrón |