Cosas de Aquende
El blog de un Ágrafo juguetón
24 mayo, 2005
 

Akoho sy Voanio





Heme aquí dispuesto a cocinar un nuevo plato, tras pasar varios días sin entrar en la cocina, comiendo de restaurante, o simplemente preparando algún que otro plato precocinado (posts sobre Cardano).



En este tiempo he tenido que ir algunas veces al supermercado, cosa que suelo hacer especialmente los sábados a las nueve y media de la mañana. Como ustedes saben en estos establecimientos los productos de primera necesidad están siempre al fondo del local, con el fin de conseguir que el cliente cruce toda la zona pasando junto a las estanterías y se encapriche y compre algún producto que no pensaba comprar. Yo siempre me aventuro en un establecimiento de estos pensando 'a ver con qué salgo hoy'. Y la respuesta siempre es la misma. con un roto en la cartera.



Pues, como digo, iba yo a la compra de "El mito de la felicidad" de D. Gustavo Bueno y dado que mi librero, que no mi vendedor de libros, es vendedor, a su pesar, tiene los libros de D. Gustavo al fondo del local. Esto hace que, camino hacia allí, deba pasar por una zona donde se exponen las frutas topicales y entre ellas los cocos. Como hacía unos días, en una de mis lecturas casciarianas, había estado leyendo sobre cocina africana, pues ¡tate!; me llevo un coco.



En otras palabras, que me di de bruces con los libros de la colección Teorema de Ediciones Cátedra. Si señores, esos libros de color naranja que ejercen sobre mí una atracción irresistible. Pues, ¡hala!, un par de ellos al carro de la compra. Pero no crean que la cosa queda aquí. Mi librero, que no mi vendedor de libros, yo creo que conocedor de mis gustos, tiene, en otra planta, los libros organizados de tal forma que también están al fondo los de la colección Drakontos de Editorial Crítica. Esto hace que para llegar allí deba pasar por las secciones de matemáticas e informática: ¡un desastre!. Y venga, a comprar papaya, quesu gamoneu, foie gras, etc. y no compro angulas porque el roto sería excesivamente grande.



Pues bien, pertrechado con mi compra, llego a casa y echo mano del libro de recetas y me doy cuenta que, pese al dispendio, me faltan ingredientes, algunos de ellos un poco exóticos. Comienzo entonces un peregrinar por varios supermercados y lo más que conseguí, en alguno de ellos, fue que me dijeran que los tendrán dentro de unos días. Esto significa que mis planes de cocinar se vieron alterados. Ya no podía elaborar, por ahora, la receta elegida. Por otra parte, no se si acabaré elaborándola porque, reflexionando, me ha dado cuenta que puede ser ten complicada como mi muy admirada, Roti a L'imperatrice.



Pero el coco estaba aún en casa. Afortunadamente, mi librero, que... ya saben, tiene, junto a la puerta de salida, justo al lado de la caja, las cuchillas de afeitar, digo, los libros de la Editorial Valdemar. Mientras esperaba, alargué la mano y me hice con "Bucaneros en América" de A.O. Exquemelín. Se imponía, pues, un cambio de planes. Había que elaborar otra receta. Busqué una que llevase coco y ¡adelante!.










En la casa de la fotografía me nacieron. Nosotros vivíamos en el bajo y hacia esta parte únicamente eran de nuestro uso la ventana que está en primer plano y la puerta que la sigue. Ahí viví hasta mis doce años y tengo que decir que, aunque no tenía Statcounter, creo que salí y entré en casa más veces por la ventana que por la puerta. Hoy está reconvertida en un Hotel de nombre Mar del Sueve


La foto de la izquierda corresponde a la parte trasera. Yo vivía en la parte que corresponde al corredor que no tiene cristalera, y que estaba expuesto a los avatares climáticos de la zona, especialmente la lluvia. Su orientación es totalmente al sur y se encuentra frente a la parte más alta de la Cordillera del Sueve donde se encuentra el Picu Pienzu. un paisaje magnífico. Pues, ya digo, ahí se desarrolló mi infancia.






Bueno, y ¿qué tiene que ver esto con la cocina, los libros y singularmente con un libro sobre bucaneros?



Para explicárselo debería remontarme a un post anterior en el que relataba mi llegada el mundo de los post. Allí hablo de que todo comenzó con la llamada de un amigo y les emplazo a descubrir quién es. Pues bien, este no es otro que el del blog de enfrente, cosa, por otra parte, no difícil de adivinar. En ese blog, tiempo ha, bajo el manto de una serie de escritos de Eduardo sobre navegantes, coincidimos una serie de personas que decidimos convertirnos en corsarios, y navegar por los mares adelante, conducidos por él, que ha navegado por los mares del sur, y Borgeano, que también tenía una interesante experiencia marítima. Allí se repartieron puestos y tareas, y yo reclamé para mi el honor de ser grumete, habida cuenta mi inexperiencia como navegante.





Pues bien, hoy debo confesar que quizá esa reclamación fue falsa modestia. No es cierto que yo no tuviese experiencia en navegación. Mientras viví en la casa que les enseñé anteriormente en mi pueblo existía una sala de cine. Si, de esos cines de pueblo que tenían un palco elevado junto a los agujeros que comunicaban la sala con la zona de proyección, y dónde, estratégicamente se apostaba el cura de turno para tapar, con su sombrero, las escenas que no le gustaban. Pues, digo, en ese cine se proyectaban películas de piratas y terminada la proyección un grupo de amigos íbamos a mi casa y en la galería simulábamos estar en el galeón correspondiente navegando mar adelante y peleándonos con cuanto enemigo se pusiera a tiro. Era especialmente agradable cuando, en pleno invierno, el viento metía la lluvia en el corredor y a nosotros nos parecía que nos estaban salpicando las olas. No les cuento la opinión de mi madre sobre este último tema. He aquí, entonces, como yo ya había navegado antes y en mares altamente peligrosos. En la foto de la derecha pueden ver la flota completa.




Pues al final, créanlo o no, el pollo en leche de coco salió bastante bien, aunque hubo que sustituir algún ingrediente a base de imaginación.






<< Home
Que si Que no Que llueva a chaparrón |